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Paula y la calle

Paula cerró la puerta y bajó la reja del estudio. Una reja de colores, con una jirafa borrada por los últimos graffiti de la temporada, y las últimas declaraciones de amor adolescente sobre la cara del cuadrúpedo. Se echó la bolsa al hombro y se agachó para sellar la morada, la pequeña empresa de Gemma, Vale, Ros y Paula, ProyectARTE. Una empresa más definida por las ganas que por los objetivos de mercado.

 

Las chicas la esperaban en el bar, últimamente Paula se quedaba hasta tarde en el estudio, sola, deambulando por las periferias de su cabeza. Las chicas irían ya por la segunda cerveza, y a la tercera, Paula o no Paula, asemejarían esa noche a cualquier noche. Si tuviera un piso se quitaría los zapatos al llegar al sofá, apagaría las luces para encender las velas, y esperaría a que un dulce sueño barriera sus tontunas cotidianas. Pero la idea de ver al par de amantes devorándose a besos, escuchando a Miguel Ríos, cocinando cualquier plato somalí, no traía el verbo barrer, y menos el de fregar. Era un buen momento para ir a visitar a su abuelo, pero los geriátricos reducen la vida social de los ancianos a tardes y mañanas. 

 

Paula se sentó en el bordillo de la panadería, y apoyó sus dudas en la reja. Se rascó el ojo. De entre la ristra de frases que su madre le iba regalando, recordó aquella de cuando dudes no hagas nada. Era una buena noche de primavera, y los albores del calor ayudaban a decidirse por no hacer nada. Durante su nadería pasaron veinte, o tal vez treinta personas, todas igualmente distintas.

 

Las chichas ya irían por la cuarta cerveza, y una llamada en el móvil le dio idea de que dejaban el bar, el Retro, para buscar algo de música con que acompañar el valet. Las chicas siempre decían que iban al valet, eso quería decir que la borrachera convertía sus bailes en un harmónico movimiento de brazos y caderas.

 

“¿Tienes cincuenta céntimos?” “No” “Pues si que andas mal chica. Anda dame un cigarro”

 

Paula sacó su paquete, y le ofreció el último cigarrillo a una mujer que rondando los cincuenta hubiera deseado tener cuarenta.

 

“Mira como tengo las manos, si es que me cago en la lejía y en la madre que parió al cabrón que nos ha hecho esclavas. Que no te cases, te lo digo yo. Esos cabrones solo quieren una criada que les lave los calzoncillos y les caliente la cama. ¿Tienes novio hija mía?” “No” “Y para que lo quieres, si así estás muy bien. Toda guapa, tu no te eches novio.”

 

La mujer se sentó a su lado, dio una calada al último cigarrillo de Paula y se quedó dormida. Antes de que el cigarro le quemara la falda, Paula se lo quitó de las manos. Y siguió fumando fortuna con pintalabios. Le pareció gracioso compartir cigarro con la mujer mientras le velaba el sueño. Empezó a imitar los gestos de su interlocutora. Es fácil ser otra persona si le pones un poco de empeño, pensó, actuó.

 

Ya nadie se acercó a pedirle dinero, fuego, conversación. La imagen que ofrecía junto a la mujer durmiente debía ser un mal reclamo para entablar relaciones. El valet debía estar en el segundo entreacto, y el móvil volvió a sonar. Era Javi, un amante furtivo pensaba en ella en algún lugar de Barcelona. Quiso ser fiel a la mujer durmiente, y dejó que la melodía telefónica acabara.

 

Miró a la mujer, encontró un retazo de dulzura entre los ronquidos, las medias rotas, y el tinte del pelo. Si no fuera por el sueño incombustible, esa noche se habría emborrachado con ella, le habría seguido los pasos de anhelante cuarentona y ella habría andado rozando los cuarenta. Pero tuvo que dejar a su amiga para otro día, ni el camión de la basura la despertó. “No te eches novio” Le tapó el cuello con una bufanda, y le metió dos euros en el bolsillo. Le pareció un buen cambio por la velada, y buena paga por los consejos.                                            

 

 

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